Creo que todos aprendemos pronto que lo que uno anhela se consigue con mucho esfuerzo, con algo de sacrificio, que el que se esfuerza mucho al final lo logra, que con perseverancia y concentración todo es posible. Pero ya en serio, ¿cuánto de eso es verdad? Porque eso de no poder tener todo en la vida también es cierto. Hay un discurso de positividad tóxica que nos impide aceptar la idea del fracaso, que nos hace ver el hecho de abandonar cierto camino como inaceptable o condenable. Que si no estamos logrando lo que nos proponemos es porque no lo hemos dado todo, no hemos hecho o creído lo suficiente, regresando siempre la responsabilidad a uno mismo, sumándole culpa a la decepción. Una filosofía que nos hace ir por la vida pensando que no existen fallas en el sistema, como si las condiciones externas no determinaran nada.

Siento algo agresivo y hasta antinatural al hecho de querer algo demasiado, de forzar la realidad para que nos entregue lo que queremos. Pero al mismo tiempo pienso que la filosofía de esperar que las cosas cambien sin mover un dedo es absurda. A veces quiero creer que si las cosas estuvieran destinadas a pasar, tendrían que pasar sin forzarlas tanto. Pero eso del “destino” suena a otra de esas trampas. Es tentador pensar que lo que somos nos encontrará tarde o temprano independientemente de lo que hagamos o dejemos de hacer. O para solo hablar de mi caso, si algo hubiera tenido que pasar en mi camino, a estas alturas ya habría pasado. Tengo tantos años en esto, pero creo que no tengo la ambición necesaria o suficiente para conseguir lo que quiero a pesar de todo y todos. O será que simplemente no me atrevo a soñar lo que quiero para mí.

Yo recuerdo que creía, de chica, creía tanto que toda la realidad terminaba adaptándose a mi juego. Hacía apuestas con el vacío: “si dejo de hacer esto que me gusta mucho por X tiempo, pasará algo bueno que me alegrará mucho”. Y sucedía. Recuerdo dejar de comer alfajores y otros carbohidratos por una semana esperando una buena noticia. El domingo llegó una llamada para decirme que alguien quería producir un disco conmigo. Para una chica de 15 años, que entonces vivía en lo que para mí era el fin del mundo civilizado, recibir esa llamada era una manifestación mágica. De alguna forma lo fue. Pero luego simplemente dejé de creer. Y así me la he pasado desde entonces, en una pugna entre mi razón lógica y mi fe. Rebotando entre la ansiedad de exigirle a la vida que me dé lo que creo que merezco, y la paz de simplemente tomar de ella lo que me ofrece sin presiones. Y viendo a la misma distancia ambos ángulos creyendo que esta tibieza me salva.

Hace poco escuché esta reflexión: que cuando nos concentramos en un solo objetivo y nos aferramos a esa cosa única que queremos por sobre todo en la vida, perdemos de vista otras oportunidades que la vida misma nos puede estar ofreciendo. Me hizo mucho sentido. ¿Será que lo mejor es darse por vencida? Dejar esta carrera contra el tiempo que supone seguir vigente en esta industria. O dejar de pelear con mis propias ideas y esta necesidad de definirme como si alguien me exigiera ser coherente. Empezar a disfrutar de la quietud, de “la paz de los cementerios”, de la sensación de que todo acaba y termina en una misma, como única medida de las cosas. Paradójicamente darse por vencida es la única forma en que puedes seguir en esta carrera infinita. Uróboro. Abrazar mi necesario fracaso como un símbolo. Nigredo.

Rescato de esta pequeña muerte la posibilidad de hacer música como un don y ya no como un látigo y el completo sentido que encuentro en la conexión humana de verdad. Reducir esta vida a momentos pequeños, tesoros escondidos, detalles sonoros, toda la belleza que pueda guardar en el corazón. No sé cuál es la filosofía correcta, o si estas divagaciones me ayuden a aclararme. Será que tenerlo todo es abandonar todo un poco. Puede ser una ilusión o una fórmula mágica.

"Sísifa". Collage hecho por mí.